En "Inocencia trágica" (Ordeal by Innocence), una novela de misterio de Agatha Christie publicada en 1958, nos sumergimos en un complejo caso de asesinato que cuestiona la culpabilidad y la justicia. La trama se desencadena cuando Rachel Argyle, una respetada mujer de la alta sociedad británica, es brutalmente asesinada en su hogar. Rápidamente, las sospechas y pruebas apuntan a su hijo adoptivo, Jack Argyle, quien es acusado, juzgado y condenado por el crimen.
La historia da un giro inesperado dieciocho meses después de la condena de Jack, cuando aparece el Dr. Arthur Calgary. Calgary, que sufría de amnesia, recupera la memoria y revela que tiene una coartada irrefutable que demuestra la inocencia de Jack. Sin embargo, esta revelación llega demasiado tarde, ya que Jack ha fallecido en la cárcel debido a una neumonía. La familia Argyle se ve entonces obligada a reabrir un caso que creían cerrado, lo que despierta tensiones y sospechas entre todos sus miembros.
A medida que Calgary insiste en investigar para limpiar el nombre de Jack, se desvelan secretos oscuros y motivaciones ocultas entre los familiares y allegados de los Argyle. Cada personaje esconde algo, y Christie magistralmente construye una red de pistas que llevan al lector por múltiples caminos antes de llegar a la sorprendente resolución del misterio. El verdadero asesino sigue libre, y mientras Calgary se adentra más en el misterio, el peligro de que el asesino vuelva a actuar para proteger su secreto se hace cada vez más palpable.
Agatha Christie, conocida como la Dama del Crimen, teje en "Inocencia trágica" una trama compleja donde la verdad es elusiva y la justicia, un ideal a menudo distorsionado por las percepciones personales. Este libro no solo es un brillante ejemplo del dominio de Christie sobre el género policíaco, sino también una profunda exploración de la fragilidad de la justicia y la facilidad con la que la verdad puede ser manipulada. Es una obra que mantiene en vilo al lector, ofreciendo un desenlace tan inesperado como satisfactorio, y confirma a Christie no solo como una maestra del misterio, sino como una astuta observadora de la psicología humana.
