En "La música de Erich Zann", H.P. Lovecraft teje una narrativa de terror psicológico que se sumerge en los misterios insondables que rodean a un enigmático violinista. El relato sigue a un estudiante de metafísica, económicamente desfavorecido, que se muda a una oscura y aparentemente olvidada parte de la ciudad en busca de alojamiento asequible. Se instala en una casa de huéspedes en la Rue d'Auseil, una calle que no puede ser localizada en ningún mapa moderno ni antiguo.
La curiosidad del estudiante se despierta cuando, noche tras noche, escucha las inusuales y a veces aterradoras melodías que emanan del ático donde vive Erich Zann, un viejo violinista mudo. A pesar de su reticencia inicial, Zann finalmente permite que el estudiante escuche desde su habitación mientras él toca su violín. Lo que sigue son noches de música en las que Zann, con un frenesí casi sobrenatural, interpreta melodías que parecen más una súplica o un conjuro que simples piezas musicales.
Lovecraft sugiere sutilmente que la música de Zann sirve como una barrera contra entidades de otra dimensión que buscan entrar a nuestro mundo. Esta interpretación se refuerza por el comportamiento cada vez más paranoico y aterrorizado del violinista, quien parece luchar no solo por su sanidad, sino por su supervivencia. El clímax llega cuando una noche, en un intento desesperado por salvar al estudiante de un destino desconocido pero claramente temible, Zann toca frenéticamente su violín hasta que las cuerdas se rompen. En ese momento, algo indescriptible y aterrador se manifiesta brevemente, llevando la historia a un cierre abrupto y dejando al estudiante, y al lector, con más preguntas que respuestas.
El relato es también un estudio sobre el aislamiento y la locura, y cómo el arte puede ser tanto una expresión de belleza como un escudo contra horrores inimaginables. "La música de Erich Zann" se aleja de los típicos Mitos de Cthulhu por su enfoque en el horror personal y psicológico más que en el cósmico, ofreciendo una lectura que es tanto inquietante como introspectiva. A través de este cuento, Lovecraft explora los límites de la comprensión humana y las profundidades a las que puede llegar el terror cuando lo desconocido se manifiesta no a través de monstruos visibles, sino a través de los sonidos de un viejo violín en una noche sin estrellas.