En "Oboe sumergido", Salvatore Quasimodo, uno de los pilares del hermetismo literario italiano, nos sumerge en un universo poético donde la búsqueda de la esencia y la pureza del lenguaje se convierten en el vehículo para explorar la complejidad de la existencia humana. Este segundo poemario, publicado en 1932, sigue los pasos de su obra inaugural "Aguas y Tierras", profundizando en temas filosóficos y existenciales con una maestría que refleja la influencia del simbolismo de Mallarmé y de la poesía pura de Valéry.
El poema que abre y da título al libro, "Oboe sumergido", establece de inmediato el tono reflexivo y melancólico de la colección. A través de imágenes potentes y una musicalidad inherente al texto, Quasimodo plantea un diálogo entre la fugacidad de la vida humana y la eternidad inalcanzable, una constante en su obra que invita al lector a contemplar su propia finitud frente a la vastedad del universo. Este enfrentamiento se convierte en una meditación sobre la soledad y la búsqueda de significado en un mundo que a menudo parece indiferente a las penas humanas.
La poesía de Quasimodo no solo desafía el tiempo a través de su temática, sino que también propone una superación de esta fugacidad mediante la memoria y la palabra poética. En poemas como "El eucaliptus", explora la infancia como un tiempo mítico, un paraíso perdido que, aunque inalcanzable, ofrece consuelo y una conexión profunda con el pasado. La naturaleza, evocada a través de imágenes sensoriales intensas, juega un papel crucial en esta evocación nostálgica, sirviendo como un puente entre el yo poético y los recuerdos que define y sustenta.
Otra pieza central del libro, "Isla", refleja la dualidad entre la realidad y el deseo, entre el ser y el deber ser. Quasimodo utiliza la metáfora de una isla, posiblemente evocadora de su Sicilia natal, para indagar sobre la posibilidad de un refugio tanto físico como espiritual, un lugar donde la voz del poeta pueda resurgir pura y sin contaminar por las trivialidades de la vida diaria.
"Oboe sumergido" no es solo un testimonio de la habilidad de Quasimodo para capturar la esencia de la experiencia humana, sino también una obra que desafía al lector a encontrar belleza y significado en la contemplación de lo efímero y lo eterno. Al cerrar la última página, queda una resonancia profunda, un eco de ese oboe sumergido que sigue tocando en la profundidad de nuestra conciencia colectiva.