En la obra teatral "Alta Fidelidad", Edgar Neville explora con agudeza y humor las ironías de la vida social y las vueltas del destino. Ambientada en un elegante hotel de una colonia residencial madrileña, la trama se centra en Fernando, el hijo de un marqués que, pese a su noble cuna, enfrenta graves problemas financieros. Su vida, hasta entonces despreocupada y sostenida por las rentas familiares, toma un giro inesperado cuando las deudas lo obligan a replantear su situación y la de su entorno.
Fernando decide acabar con su antigua vida de privilegios y propone a su fiel criado, Timoteo, un cambio de roles: él se convertirá en el sirviente mientras que Timoteo asumirá la posición de señor. Este intercambio, pensado como una solución temporal a sus problemas económicos, se complica con la intervención de otros personajes, como Elvira, la novia de Fernando. Elvira, guiada por intereses económicos y sin muchos escrúpulos, decide volcar su atención hacia un nuevo personaje, Suárez, un inspector de hacienda que se presenta con sus propias agendas.
La obra, con su característico toque nevillense, combina elementos de drama y comedia, revelando las debilidades y las pretensiones de la clase alta española de la época. Los personajes, atrapados en un juego de apariencias y deslealtades, se ven forzados a confrontar sus verdaderas necesidades y deseos en un entorno que constantemente les recuerda sus obligaciones sociales y financieras.
"Alta Fidelidad" fue magistralmente llevada a la pequeña pantalla en 1975, con una adaptación que contó con la participación de destacados actores de la época como María Luisa Merlo y Pedro Osinaga, bajo la dirección de Cayetano Luca de Tena. Aunque la producción se realizó en blanco y negro, la calidad de las actuaciones y la profundidad del guion aseguraron que la esencia de la obra de Neville se transmitiera con fidelidad y elegancia, capturando la atención de una amplia audiencia televisiva.
Esta pieza no solo es un reflejo de la habilidad de Neville para el retrato social y la crítica, sino también un ejemplo destacado de cómo el teatro puede ser un espejo de las transformaciones sociales y personales, manteniendo al mismo tiempo una calidad atemporal que sigue resonando con las audiencias modernas.