"Cervantes, o la casa encantada" es una comedia en tres actos y un epílogo escrita por Azorín, uno de los más destacados escritores de la Generación del 98. Conocido por su habilidad para entrelazar la realidad con la ficción, Azorín presenta en esta obra un homenaje al inmortal autor de "Don Quijote de la Mancha", Miguel de Cervantes, explorando temas universales a través de una narrativa teatral ingeniosa y profunda.
La trama se desarrolla en una casa enigmática, que parece estar habitada por el espíritu del propio Cervantes. A lo largo de los tres actos, el autor nos guía a través de una serie de situaciones que mezclan lo cotidiano con lo fantástico, permitiendo a los personajes, y al público, reflexionar sobre la vida, la creación literaria y el legado cultural. La casa encantada se convierte en un símbolo del universo cervantino, un espacio donde las fronteras entre la realidad y la ficción se desdibujan.
En el primer acto, los personajes llegan a la casa, cada uno con sus propias expectativas e inquietudes. A medida que exploran sus rincones, comienzan a sentir la presencia mística de Cervantes, lo que despierta en ellos una mezcla de fascinación y temor. El diálogo, cargado de ironía y agudeza, permite a Azorín criticar sutilmente la sociedad de su tiempo, al tiempo que rinde homenaje al ingenio y la humanidad del autor clásico.
El segundo acto intensifica el misterio cuando los personajes experimentan situaciones surrealistas que parecen estar inspiradas en pasajes de las obras de Cervantes. Aquí, Azorín juega con la idea del escritor como demiurgo, capaz de crear mundos que desafían la lógica y las normas establecidas. La casa encantada se convierte en un teatro de sombras, donde las ilusiones cobran vida y los personajes deben enfrentarse a sus propias contradicciones.
En el tercer acto, la trama alcanza su clímax cuando los personajes deben decidir si aceptar o rechazar la influencia de Cervantes en sus vidas. Esta decisión simboliza el eterno dilema de los artistas sobre cómo balancear la tradición y la innovación. Azorín utiliza este momento para explorar su propia relación con la literatura y la historia, invitando al público a cuestionar su comprensión de lo que significa ser un creador.
El epílogo ofrece una reflexión melancólica pero esperanzadora sobre el legado de Cervantes. Azorín nos deja con la idea de que, aunque los tiempos cambien, la esencia humana persiste a través de las historias que contamos y las voces que nunca dejan de resonar en el tiempo.
