En el corazón de Parque Chacabuco, Mechi, una empleada del Centro de Gestión y Participación, se encuentra atrapada en la rutina de su trabajo bajo la constante sombra de la autopista, rodeada de archivos interminables de chicos perdidos y desaparecidos en Buenos Aires. Su labor, que parece perderse entre el ruido y el polvo de las carpetas, toma un giro inesperado cuando Vanadis, una joven que desapareció a los catorce años, regresa inexplicablemente sin haber envejecido un solo día, conservando la misma apariencia y vestimenta del momento de su desaparición.
Este misterioso retorno es solo el comienzo. Pronto, otros niños comienzan a reaparecer de la misma manera, desafiando toda lógica y despertando una mezcla de terror, rechazo y vergüenza entre la comunidad. Mariana Enriquez, en Chicos que vuelven, explora con maestría el oscuro tema de la trata de personas, un delito horrendo y lucrativo que se mantiene en las sombras de la sociedad y la política.
Con una prosa clara y un uso magistral del suspense, Enriquez no solo narra una historia de terror, sino que incita a la reflexión sobre cómo nos relacionamos con nuestro pasado y en qué medida enfrentamos o ignoramos las atrocidades que demandan ser recordadas. La novela se convierte en un espejo que refleja la indiferencia y la normalización de la desaparición y explotación de los más vulnerables por parte de estructuras gubernamentales y sociales.
A través de esta poderosa nouvelle, Enriquez logra combinar el horror con una crítica social incisiva, manteniendo al lector en un estado de inquietud constante. El final abierto no solo es apropiado, sino que subraya la persistente incertidumbre y el continuo desafío de enfrentar y recordar a aquellos que han sido forzados a desaparecer. Chicos que vuelven es una obra que despierta conciencias, agita el confort de la ignorancia y deja una impresión duradera, instando a confrontar las realidades más sombrías de nuestra existencia.