"El diablo y el buen Dios", obra del afamado filósofo y dramaturgo Jean-Paul Sartre, se sumerge en las turbulencias de la Guerra de los Campesinos en la Alemania de 1524-1525. Esta pieza, emblemática del teatro político de Sartre, utiliza la multitud no solo como telón de fondo sino como un personaje más que articula la narrativa y expone las dinámicas sociales de la época.
La obra se centra en dos figuras antagónicas: Goetz, un general noble que se empeña en el mal para desafiar la existencia y la autoridad de Dios, y Heinrich, un sacerdote que busca redimir a Goetz a través de la bondad. Al principio, Goetz, movido por la persuasión de Heinrich, decide renunciar a sus tierras y fundar "la ciudad del sol", un experimento utópico que fracasa rápidamente debido a las realidades crudas de la guerra y la rebelión de su propio pueblo.
El texto explora la compleja interacción entre fin y medios, y la eterna lucha entre el bien y el mal. Sartre, con su característico enfoque existencialista, argumenta que tanto las acciones nobles como las malignas están destinadas al fracaso en su búsqueda del absoluto, dejando un rastro de aislamiento y desesperanza. Esta negación de cualquier valor trascendente resalta que solo el compromiso con la humanidad puede ofrecer un escape al absurdo de la vida.
En su desarrollo, la obra presenta una serie de situaciones donde los personajes principales y las masas se enfrentan a dilemas morales y políticos, reflejando la constante tensión entre el deseo individual y el bien colectivo. A través de su narrativa, Sartre invita al espectador a cuestionar la autenticidad de las motivaciones personales y la eficacia de los sacrificios hechos en nombre de ideales más grandes.
En su clímax, "El diablo y el buen Dios" confronta a Goetz con las consecuencias de sus actos, llevándolo a un reconocimiento amargo de sus limitaciones y al aceptar la "muerte de Dios" como un paso hacia la asunción de su propia responsabilidad en el caos que ha desatado. La obra culmina con Goetz uniendo fuerzas con los rebeldes, simbolizando su última transgresión hacia una moralidad puramente humana, desprovista de guía divina.
Con una mezcla de diálogos filosóficos profundos y una estructura dramática que recuerda al teatro de Shakespeare, Sartre logra una obra que no solo es un reflejo de su tiempo, sino que también plantea preguntas universales sobre la condición humana, la libertad y la moralidad, manteniendo al espectador en una reflexión constante sobre el verdadero significado del bien y el mal.