"La ciudad de Dios", escrita por San Agustín de Hipona, es una obra monumental dividida en 22 libros, compuesta entre los años 412 y 426. Este texto, esencial en la literatura cristiana, presenta una profunda reflexión teológica y filosófica en respuesta al colapso del Imperio Romano, particularmente tras la devastación de Roma por los visigodos en el año 410. San Agustín utiliza este contexto histórico como un telón de fondo para su exploración de la dualidad moral y espiritual representada por la "ciudad de Dios" y la "ciudad pagana".
El propósito principal de "La ciudad de Dios" es ofrecer una defensa del cristianismo y sus principios frente a las críticas y la desesperanza que siguieron al saqueo de Roma. Agustín argumenta contra la atribución de la caída de Roma a la adopción del cristianismo, contraponiendo la incapacidad de los dioses paganos para proteger a Roma con el poder salvífico de Cristo, que incluso en tales tiempos de desesperación logró salvar a innumerables almas. A través de su narrativa, Agustín busca demostrar cómo los eventos terrenales están intrínsecamente ligados a un propósito divino, en el cual incluso el sufrimiento tiene un lugar en la confirmación de la virtud y la corrección del mal.
Los primeros diez libros de la obra critican la religión pagana de la antigüedad, refutando la adoración de dioses por beneficios temporales y la búsqueda errónea de la felicidad eterna a través de estos medios. En los libros subsiguientes, Agustín se enfoca en el origen, desarrollo y destino final de las dos ciudades: la celestial y la terrenal. Esta dualidad sirve como marco para discutir temas como la naturaleza de Dios, el pecado y la redención, la ley y la justicia, entre otros. La narrativa es rica en digresiones que permiten a Agustín abordar una variedad de temas religiosos, históricos y filosóficos, construyendo un tratado que no solo defiende el cristianismo, sino que también ofrece una guía sobre cómo los cristianos deben entender y enfrentar las tribulaciones del mundo.
"La ciudad de Dios" no es solo un monumento teológico, sino también una obra que busca orientar al creyente sobre cómo vivir y entender su paso por la tierra en relación con la promesa del cielo. Agustín plantea que mientras las dos ciudades se encuentran mezcladas en la vida terrenal, eventualmente serán separadas en el juicio final, momento en el cual la verdad y la justicia divina prevalecerán. La obra, en última instancia, es una invitación a los fieles a mantenerse firmes en su fe, confiando en que, a pesar de las adversidades presentes, la ciudad de Dios prevalecerá y ofrecerá paz eterna y justicia a sus habitantes.