En "La vida a ratos", Juan José Millás nos sumerge en un universo paralelo donde comparte nombre y algunas peculiaridades exageradas con su protagonista. A través del formato de un diario sin fechas específicas, el libro despliega la cotidianidad transformada en una serie de aventuras que bordean lo absurdo y lo obsesivo, pero siempre bañadas en un humor sano y una chispa de locura.
El protagonista, un hipocondríaco amante de los medicamentos y la comida gourmet para gatos, nos lleva de la mano en su peculiar día a día en Valencia. Como profesor de escritura creativa, imparte clases de manera poco convencional a un grupo de alumnos tan único como él: desde una monja que dejó los hábitos hasta un bipolar. Juntos, forman un elenco de personajes excéntricos y perdedores, que enriquecen cada página con sus singulares perspectivas.
Entre firmas de libros y asistencias a tanatorios con comportamientos gloriosos, el diario también nos adentra en las sesiones de terapia del protagonista, marcadas por el silencio y una mutua impaciencia por que termine la sesión. Estos momentos, junto a las noches en vela y un constante cuestionamiento de la realidad, se entremezclan con reflexiones profundas que, a pesar de la locura constante, no pierden su relevancia ni su capacidad de resonancia.
La esposa del protagonista, descrita como la gran sufridora del texto, y los constantes sorbos de gin tonic que él no se permite omitir, pintan un retrato vívido de una vida que, aunque extraordinaria en sus excentricidades, refleja la esencia de la normalidad humana. Millás, con su característico estilo ácido y refrescante, crea una obra que es a la vez una crítica y una celebración de nuestras vulgares rutinas diarias.
"La vida a ratos" se erige como una pequeña obra de arte que, con sencillez y ricos matices, explora los defectos y rarezas humanas tratándolos con una normalidad que invita a la reflexión. Aunque las virtudes del protagonista parecen haberse ido de vacaciones a Benidorm, la novela nos recuerda que, en esencia, todos somos seres corrientes y que hay belleza en disfrutar de nuestra propia vulgaridad.