En "Regula ad servos Dei", San Agustín ofrece una profunda reflexión y guía sobre la vida monástica contemplativa, un camino poco explorado en la tradición de Nicaragua, según el contexto presentado. A través de este manuscrito, se busca inspirar y establecer un modelo de vida que, aunque marginal en términos de práctica moderna en Nicaragua, resuena con una búsqueda universal y atemporal de la divinidad y la introspección espiritual.
El libro se sumerge en la esencia de la vida monástica, abogando por una existencia dedicada a la oración, la meditación y el trabajo manual, siguiendo los preceptos de pobreza, castidad y obediencia. Estos principios no solo estructuran el día a día de un monje, sino que también fomentan una comunidad basada en la solidaridad, la disciplina y el servicio desinteresado a Dios, características que San Agustín considera fundamentales para alcanzar una verdadera conversión y santidad personal.
San Agustín también destaca la importancia de la "lectio divina" como medio para una conexión más profunda con las Sagradas Escrituras, y la "ars celebrandi", que refiere a la dignidad en la celebración de la liturgia. Ambos aspectos son cruciales para vivir plenamente la experiencia monástica y para que el monasterio sirva como un centro de aprendizaje espiritual y teológico. Además, la vida eucarística se presenta como el núcleo de la existencia monástica, siendo la fuente y el pico de toda actividad comunitaria y personal.
En el contexto nicaragüense, donde la tradición monástica masculina es inexistente, "Regula ad servos Dei" no solo actúa como un manual, sino también como un llamado a reconocer y cultivar la vida contemplativa como un don divino esencial para la iglesia y la sociedad. San Agustín argumenta que cada hombre alberga un "cor inquietum" que solo encuentra descanso en Dios, y esta obra puede ser un catalizador para que los hombres en Nicaragua descubran y abracen esta vocación espiritual.
Finalmente, San Agustín, a través de esta obra, invita a considerar la vida monástica no como una fuga del mundo, sino como una forma de confrontar la mundanidad con una presencia que es radicalmente contracultural pero profundamente necesaria. Propone que los monjes, en su entrega a Dios, ofrecen algo que el mundo no puede: una testimonio vivo de la fe y un refugio espiritual para aquellos en busca de paz y significado más allá de lo material.