En "Reikiavik" de Juan Mayorga, un tablero de ajedrez en un parque cualquiera se convierte en el escenario de una intrigante representación donde la historia y la ficción se entrelazan. Dos hombres, apodados Waterloo y Bailén, se enfrentan en una partida de ajedrez que es mucho más que un simple juego. Representan a Bobby Fischer y Boris Spasski, dos grandes maestros cuyo enfrentamiento en el verano de 1972 se convirtió en un símbolo de la Guerra Fría. Mientras juegan, un adolescente se detiene para observar y, de manera inesperada, mueve una pieza en el tablero, lo que lo involucra en el juego y, simbólicamente, en la historia que se está recreando.
La obra explora temas profundos como la identidad, la memoria y la imaginación, elementos esenciales tanto en el ajedrez como en la vida. A través de la partida, el adolescente se encuentra inmerso en una crisis de identidad y en la historia de estos dos grandes jugadores, reflexionando sobre su propio lugar en el mundo. La pregunta sobre qué será de él después de que el juego termine y deba regresar a su realidad plantea un dilema existencial que resuena con la audiencia.
Mayorga utiliza el ajedrez no solo como un juego de estrategia, sino como una metáfora de la vida, donde cada movimiento puede tener innumerables repercusiones y significados ocultos. "Reikiavik" se convierte así en un espacio donde los personajes y los espectadores pueden explorar la naturaleza del conflicto, la competencia y la coexistencia pacífica, reflejando las tensiones de la Guerra Fría y, más ampliamente, de cualquier conflicto humano.
Con una puesta en escena dirigida por el propio autor y la actuación de Daniel Albaladejo, Elena Rayos y César Sarachu, "Reikiavik" fue presentada con gran éxito en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, convirtiéndose en uno de los montajes más destacados de la temporada. Esta obra no solo es un tributo al ajedrez como arte, sino también una invitación a cuestionar y a entender las vidas que vivimos y las máscaras que portamos en nuestro día a día.